Estoy convencido de que el cuerpo es un maravilloso aparato resonador.
Es por excelencia nuestro sensor vital. El registrador de nuestras necesidades, ¡nuestra brújula! Quien nos habla sin pajas mentales de nuestro estado de ánimo. El amigo que nos cuenta, sin mentir, como nos va realmente en la vida. Un lienzo sobre el que se plasma cómo estamos y que queremos, y que no se deja contaminar por las ideas preconcebidas ni por la inercia de la sociedad.
Él nos habla, a veces con sutileza y a veces con señales muy evidentes. Así que si queremos recibir esta información tan rica debemos de re-aprender a escuchar a nuestro cuerpo y restablecer una buena conexión con él.
Desde hace años estamos expuestos a una gran cantidad de estímulos externos que con frecuencia eclipsan a estas señales internas. ¿Recuerdas la sensación de entrar de nuevo en la ciudad después de haber pasado unos días en algún lugar alejado del ruido y la velocidad de la civilización? En mi opinión, el ritmo al que muchos de nosotros vivimos nos dificulta pararnos un rato para escuchar nuestras necesidades reales.
Cherif Chalakani, un gran profesor al que recuerdo con gran cariño y admiración nos relató una vez una parábola que hablaba sobre una tribu que estaba contratada para ayudar a unos científicos del “mundo civilizado”. Éstos querían ascender a una cumbre y necesitaban ayuda para subir el material científico. Cuenta la historia que en un momento dado de la ascensión todo el grupo de indígenas se detuvo. Los científicos no entendían porque aquellas personas necesitaban pararse si no estaban cansadas. Cuando les preguntaron que por que se paraban la respuesta sorprendió a los hombres de ciencia: “necesitamos pararnos para darle tiempo a nuestras almas a que alcancen a nuestros cuerpos”. El alma de la que hablaban esos indígenas viene a ser algo así como nuestra consciencia, el “darnos cuenta” y al igual que ellos necesitamos pararnos para permitir que nos alcance.
Personalmente esta historia me tocó mucho en su momento y aún lo sigue haciendo ahora. Siempre me ha costado detenerme y escucharme. Si me dejo ir, me resulta fácil entrar en una espiral de actividad y velocidad que me lleva inevitablemente al estrés, al desgaste y a vivir una vida que no es la que yo realmente quiero.
Estas líneas van sobre eso, sobre lo interesante que puede resultar pararnos en el aquí y ahora y sensarnos. Solo así podemos tomar con libertad y consciencia nuestras decisiones y hacernos responsables de ello. Yo me lo imagino como dejar de correr sin rumbo como lo haría un pollo sin cabeza para poder pararme a sentir que quiero y tomar esa dirección.
Para llegar a esta toma de consciencia existen técnicas específicas que nos permiten reconectarnos con nuestro cuerpo y escucharlo. Por si alguien tiene curiosidad, comenzar a hacerlo es tan sencillo y tan complicado como tumbarse unos minutos en un lugar tranquilo y respirar estando atentos a las sensaciones que van apareciendo.

Durante la respiración movilizamos gran cantidad de tejidos, como músculos, vísceras, huesos, nervios… y fascias! Con nuestra intención puesta en percibirnos ahora podremos registrar con más facilidad esa tensión en el estomago que me habla de mis problemas laborales, esa presión en mi garganta que me habla de mi sentimiento de impotencia o ese estallido en el pecho que me habla de mi alegría.
Quiero aclarar que no todas las sensaciones del estomago tienen que ver con problemas laborales ni todas las sensaciones de garganta agarrotada tienen que ver con la impotencia, simplemente son ejemplos frecuentes. Es interesante tener en cuenta al organismo completo en su ambiente para poder diferenciar de si se trata de una tensión de tipo emocional o una faringitis irritativa… por poner un ejemplo.
Mi granito de arena para hoy y mi proposición es que escuchemos a nuestro cuerpo. Él no suele mentir, y siempre nos muestra como nos va honestamente en esta vida.
Pablo D. Perez Dominguez